"Espinosa de Cerrato (Palencia)"

11 marzo 2018

RECUERDOS DE MI INFANCIA

RECUERDOS DE MI INFANCIA

Con motivo de la celebración en Villanubla (Valladolid) de la fiesta de los oficios, que lo hace todos los años y a la que voy asistiendo año tras año, siempre, a medida que voy viendo los distintos puestos, vienen a mi memoria cantidad de recuerdos de mi niñez y de mi infancia.
Vayamos recorriendo los distintos oficios y cuáles eran mis recuerdos ante algunos de ellos.

1.- Los colchones de lana.

Se puede decir que hasta hace unos años los colchones eran de lana, de buena lana y era un placer dormir en un colchón de estos. Me atrevería a afirmar que es muy posible que todavía queden algunos, sobre todo en las casas de los pueblos. (También había colchones rellenos de las hojas alargadas de las mazorcas de maíz, cuando estaban bien secas).

Pero está claro que había que cuidarlos, y cada cierto tiempo había que proceder a varearlos.
He oído que por algunos pueblos iban los colchoneros y eran los que realizaban todo el trabajo que a continuación voy a explicar. Yo de eso no me acuerdo.

Lo que me viene a la memoria es ver a mi madre y a otras mujeres del pueblo, o sea, a nuestras madres, realizar los trabajos del vareo de la lana. Sí, me dicen que había una señora en el pueblo, concretamente la señora Epifania, Arnaiz de la Cruz, (hermana de Inocencio y de Celestina y madre de Feliciano (El Pajarillo), para que las personas mayores sepáis a quién me refiero). A esta señora la debían de contratar en alguna casa para que hiciera el vareo de los colchones. Quizás hubiera más personas que se dedicaran a esto, yo lo desconozco.

Lo primero que hacían es descoser el colchón y sacar toda la lana que había en él. Se extendía sobre mantas como aparece en la fotografía que se ve a continuación.

















O bien como se ve también en la siguiente fotografía, sobre un soporte que estuviera en alto para favorecer el vareo y hacerlo prácticamente de pie.


























De cualquier manera, lo importante era colocarlo de una manera u otra para a continuación comenzar a dar palos como se ve a continuación. Todos los críos por pequeños que fuéramos pedíamos a nuestras madres que nos dejaran dar palos a la lana, convencidos además que un golpe nuestro, con seis, siete u ocho años hacía como diez de las madres. Nos los pasábamos bien. Se golpeaba fuerte con los palos y se iba ahuecándola para que cayera el polvo que tenía y otras malezas, que eran muchas.



















Debido a ese polvo que salía, las madres se solían poner una pañoleta en la cabeza, y se aprovechaba días que no hiciera mucho aire, pues se llevaba muchas vedijas de lana, aunque en la placetuela teníamos bastante abrigo.

La tela del colchón que se había vaciado, si estaba en buen estado, se dejaba para volver a utilizarla, y en muy mal estado tenía que estar para cambiarla, pues en esos años, como se suele decir, el horno no estaba para bollos.

Con la lana bien limpita y la tela bien lavada, todo estaba preparado para volver a hacer el colchón, operación que se solía realizar cada dos o tres años.
La lana duraba muchos años, pero todas las veces había que preparar lana para rellenar. Extendida la lana sobre la tela inferior, se cubría con la superior y se procedía a su cosido, con agujas fuertes y recias, apropiadas para ese trabajo y para que la lana no se amontonara en un sitio, o sea para que se mantuviera uniforme por todo el colchón, se cosían unas cintas colocadas uniformemente por todo el colchón, como se ve en la siguiente fotografía.




















Esa noche, con el colchón bien vareado y limpito, dicen que se dormía como los mismos ángeles, que yo ni sé cómo duermen ni me acuerdo cómo lo hacía yo.

2.- Las hilanderas 

Qué gratos recuerdos me trajo también este puesto de los oficios antiguos.
Me acordaba mucho de mi abuela Anacleta, con la rueca bajo el sobaco y el uso dando vueltas una y otra vez.
Y otro recuerdo muy especial para la señora Felicitas, a la que veo en estos mismo momentos sentada y trabajando con la rueca enfrente de la casa de su hija Angela, un poco más arriba del BAR-Centro Social del pueblo. Lo mismo hilaban lana que cáñamo, lino, etc., etc.


























Recuerdo estas escenas con cariño, no se perdía el tiempo, si se hacían mayores había que seguir haciendo cosas, apropiadas a la edad, para entretenerse y para hacer también algo útil.


























Me imagino que otras muchas señoras mayores del pueblo harían lo mismo que las dos que he mentado, pero de estas me acuerdo de una manera especial, imágenes que se quedan grabadas en la retina de uno y ahí están aunque pasen los años.

3.- El afilador 

¿Quién no tiene algún recuerdo de aquellos señores, los afiladores, que aparecían cada cierto tiempo por el pueblo?.

Creo que la mayoría venían de la parte de Galicia, con sus bicicletas perfectamente preparadas para, con un soporte en la parte trasera que impedía que la rueda al dar vueltas no tocara la tierra y sí girara la rueda de piedra que solía estar por los manillares, como se aprecia en la fotografía que se ve.




















Afilaban toda clase de utensilios de cortar, cuchillos, navajas, tijeras y se anunciaban cuando iban por las calles de pueblo con un silbato o filarmónica con distintas tonalidades, muy características, pues en el momento que lo oíamos todos sabíamos que se trataba del afilador y en algunas ocasiones, del que venía a capar los cerdos de pueblo, como el señor Nicomedes, también gallego.

También había otras ruedas de afilar un poco más sofisticadas que la bicicleta de la parte superior. En esta fotografía de la parte inferior se ve que no hay bicicleta, solamente es la rueda de afilar. Se ve en la parte superior de la rueda, a parte del cajón para meter determinados utensilios, un dispositivo de madera donde se puede colocar un paraguas, que es el palo que se ve en la imagen, aunque no se vea la parte superior del paraguas. También se puede ver en la parte derecha, según vemos la imagen, dónde colocaban los cuchillos ya afilados o bueno o que fueran a afilar.


























Los silbatos que antes he mencionado y con los que se anunciaban por las calles de los pueblos eran de distintos formatos, algunos preciosos como el que os pongo en la fotografía, hecho a mano y en madera noble según nos manifestó el señor que nos explicó algún pormenor más de este antiguo oficio. Le guardaba como un tesoro.

Este "pito del afilador" o chiflo es una pequeña flauta de Pan hecha de cañas, con distinta longitud y luego de plástico, con su breve melodía haciendo sonar las notas de su escala tonal, de graves a agudas y viceversa, como una escalerilla musical.

Los de plástico son parecidos al de la fotografía que se adjunta y que se pueden encontrar en cualquier sitio, pues a veces les hemos comprado y no siendo ya tan niños.







4.- Las Barberías.


Ya hay algo escrito en esta página web de Espinosa sobre este oficio de barbero, sin embargo ahora lo voy a tratar desde el punto de vista del recuerdo, de lo que al ver esta mesa y estos utensilios viene a nuestra mente, es decir, nuestros recuerdos.

Lo primero que me viene a la memoria fue la barbería del señor Olegario, casado con la señora Nicolasa.
Esta barbería se encontraba en la casa de Amador y de Gerásima, ahora creo de uno de sus hijos, Leopoldo.
Le estoy viendo a Olegario, con la máquina de cortar el pelo, una de las que está a la izquierda de la mesa, para que la veáis mejor, la que figura en la foto de la izquierda o muy parecida a esta.
Lo cierto era que bien, porque no estuviera bien afilada la cuchilla o porque el señor Olegario tuviera prisa, parece que empezaba bien al cortar desde abajo pero cuando subía cortándolo por la cabeza, al llegar a un sitio determinado, echaba la maquinita para fuera y a mí me daba la impresión, por el dolor, que había arrancado, en vez de cortado, un buen número de pelos.

Como te estaba cortando el pelo y tu tenías las manos debajo de una especie de toalla o peinador, si tenías algo de catarro no te podías sonar los mocos, respirabas fuerte por la nariz para que no terminaran cayendo, y siempre decía si hacías eso: “qué? para el desván con ellos o qué?”.

Recuerdo la barbería de Pepito “El Herrero”, en el barrio de Abajo, frente a la casa de Vitorina y Audilio. Nunca llegué a cortarme el pelo aquí, sí he oído comentar muchas veces a los mayores que sí que se cortaron en ella el pelo o se afeitaron que a veces tenían miedo porque le temblaba mucho el pulso al amigo Pepito.

Sí me he cortado el pelo en la barbería de Felipe, con cariño “El Conejo”. Iba muchas veces con mi padre, incluso había vecinos que tenían como una iguala con él y por una cierta cantidad de trigo al año podías ir a cortarte el pelo las veces que quisieras.

Y finalmente tengo también muy buenos recuerdos del señor Demetrio, para mí el que mejor cortaba el pelo. 
Le frecuentamos con asiduidad cuando éramos seminaristas, pues el sacerdote del pueblo iba donde este señor porque les hacía la coronilla prácticamente perfecta y del sacerdote que más me acuerdo es de Don Moisés, allá por los años 1960, quizás fuera de los últimos que llevó coronilla. 

5.- Los Adobes

Ya publiqué en este mismo Blog y en apartado de las labores tradicionales lo relativo a la elaboración de los adobes, solamente añadir en cuanto a este oficio que adoberos ha habido en todos los pueblos, si bien en el nuestro se hacían de una manera especial.



















Me tocó discutir un poco con el que estaba en este puesto, incluso haciendo algún adobe, porque mantenía que siempre, siempre había que mezclar el barro con paja para que éste cohesionara mucho mejor, ya que de no echarlo, la tierra no terminaba por juntarse bien.

Claro, le llevé un poco la contraria, le dije que en mi pueblo, de Palencia, del Cerrato, y en concreto de Espinosa de Cerrato se habían hecho infinidad de adobes con tierra blanca, sin una pinta de paja y que hoy es el día en que en el pueblo hay casas habitadas y hechas de adobe hace cien años.
El señor erre que erre, que era imposible. Mira por dónde tenía en mi móvil alguna fotografía de alguna de esas casas del pueblo, se la enseñé y el tío casi no se lo creía aunque lo estaba viendo. Sí que le reconocí que en cuanto al “mencal”, el cajoncito rectangular en el que se echa el barro una vez bien batido, en mi pueblo solamente tenía un departamento, al menos eso es de lo que yo me acuerdo, mientras en la fotografía se ve uno con dos departamentos, e incluso tenían uno con cuatro. 

 6.- Los Componedores

No sé si es la palabra apropiada para los señores que iban por el pueblo arreglando toda clase de cacharros que estaban algo deteriorados: un cántaro que se estaba abriendo un poco por alguna parte, un botijo que se iba, una cazuela de las de barro que se repasaba, otras cazuelas de otro metal como las que se ven en la fotografía….




















No lo sé. Lo que sí os puedo asegurar es que al ver este puesto que refleja la foto se agolparon en mi memoria cantidad de recuerdos de cuando yo tenía seis, siete, ocho años, venía al pueblo El Mudo, que vivía en Antigüedad y que era padre de Goyo, el marido de Seve, para los amigos “La Gobernadora”.

Aunque de esto último, de que el Mudo era el padre de Goyo, me enteré mucho más tarde, tanto que yo ya tendría más de cincuenta años.

Nos encontrábamos comentando todos estos recuerdos y en un momento les empecé a contar que me acordaba yo mucho del Mudo que venía al pueblo y saltó Goyo, que se encontraba presente: anda, pero si el Mudo era mi padre. Me quedé como se suele decir, “planchao”.

Se colocaba en la Placetuela, en frente de la casa de mis padres, en la esquina de la que en la actualidad habita Pepe, y que por aquel entonces era una escuela de párvulos, a la que el que suscribe fue allá por los años 1952 o 1953.
Se sentaba en un taburete, colocaba alrededor de él los cacharros y los utensilios que usaba para su arreglo y se ponía a trabajar. Si los niños, que nos juntábamos unos cuantos, nos acercábamos mucho, se quedaba mirándonos como con genio, hacía unos sonidos con la garganta que indicaban enfado y hacía un gesto pasándose el dedo índice de la mano derecha por el cuello, por debajo de la barbilla, que nosotros interpretábamos que nos cortaría el cuello si le dábamos mucha guerra y eso bastaba para que nos separáramos o saliéramos corriendo para ya no aparecer por allí.

Y haciendo ese trabajo recorría todos los pueblos de la comarca. Iba con una bicicleta en la que llevaba colgadas todas las latas y demás utensilios que portaba y que al golpearse unas contra otras hacían bastante ruido.

Cuentan las malas lenguas, aunque me han asegurado que es verdad, que en una ocasión iba con su bicicleta de Espinosa a Antigüedad, que iba por medio de la carretera, entonces de tierra y con buenos baches, la Guardia Civil detrás de él con el coche toca que te toca la bocina, pero como el señor Gregorio, que así se llamaba el Mudo, no oía, no le pudieron adelantar hasta Garón, donde se paró a beber agua en la fuente que hay al lado de la ermita.

 Seguiremos con más recuerdos, pero eso lo dejamos para otro día.


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